Hace varias semanas que permanecemos en nuestros domicilios confinados, una experiencia inédita para la gran mayoría de la ciudadanía. En estos últimos días los cuerpos y mentes se resienten y flaquean, pero cada día a las ocho en punto de la tarde salimos a nuestros balcones, aplaudimos y cantamos “resistiré” para dar ánimos a muchas personas que con su trabajo hacen posible la resistencia, pero también salimos para darnos ánimos a nosotros mismo, para no flaquear y seguir adelante.
La unidad colectiva y la responsabilidad personal son necesarias frente a la crisis, a pesar de comportamientos incívicos de algunos conciudadanos.
Al comienzo de la crisis supermercados y tiendas de barrio notaron la escasez de papel higiénico, pasaron los días y empezó a escasear la lejía y desde hace unos días escasean las harinas de repostería. En pocas semanas hemos pasado del cuidado corporal y del hogar al cuidado de nuestras mentes creando suculentos platos y postres que hacen gala de originalidad y creatividad y que agradecen tanto la vista como nuestros estómagos. La necesidad de estar activo mental y físicamente se impone.
Hemos recurrido al ejercicio físico de salón, a las series, las películas, la música más variada, a los libros… pero dentro de nosotros algo inquieta y nos da miedo, nos descoloca el significado que cobra el concepto tiempo. Han sido nuestros hábitos y costumbres los que nos han ayudado a marcar ritmos y permitir la cordura, y sorprendentemente lo telemático ha hecho posible el contacto a distancia con familiares, amigos, colegas… permitiendo en muchas ocasiones la ayuda mutua y en muchos casos seguir trabajando y aportando en estos días difíciles.
Sin embargo, el ánimo personal se resiente ante la falta de normalidad en el día a día, incluso aquellas personas que seguimos trabajando ya sea presencial o telemáticamente sentimos esa falta o pérdida de normalidad tanto en casa como en el trabajo.
Está perdida de normalidad es la que nos enfrentará a cambios tanto a nivel individual, grupal como comunitario en el futuro. Pero, la cuestión está en saber si esos cambios que están por llegar van a permitir una mayor empatía entre las personas y una mejora en las relaciones personales, sociales, laborales... o por el contrario las empeoraran. Por tanto, no es de extrañar la inquietud que tenemos ante una futura normalidad incierta.
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